23 dic 2013

Shamir y la caja de música

Como todos los años, cuando se iba acercando la Navidad, los escaparates del barrio se iban llenando de luces y brillos. Al lado de la panadería en la que compraba habitualmente la madre de Shamir, había una tienda muy antigua, que se llamaba el desván de Ana, donde a todos los niños les gustaba pararse. El escaparate estaba lleno de cachivaches, algunos muy antiguos y la mayoría no tanto. Los niños miraban embobados todas aquellas cosas, que algunas parecían inservibles y otras parte de algún tesoro misterioso. Lo mismo había un libro viejo, que un juguete con el que ya nadie jugaba, o unas monedas que no servían para comprar. También había cajas de todos los colores y tamaños, frascos antiguos, lamparas y hasta una carretilla de jardín llena de oxido, que no se sabía a quien podría interesar. Aquella mañana mientras Shamir esperaba a que su madre comprara el pan, se paró delante del escaparate del desván de Ana y oyó como, casualmente Luis el dueño de la librería, le estaba comentando a Ana que quería comprar la carretilla, porque había pensado que estaría muy bonita como adorno en su tienda, llenándola de plantas y bolas de navidad. Alguien le había comentado que dándole con no se qué líquido se le quitaba el oxido y quedaba muy bien. A Ana se le veía encantada de desprenderse de aquel trasto enorme. Cuando Ana movió la carretilla, para que Luis el librero pudiera llevársela, a Shamir le llamó la atención una caja de forma octogonal en la que se podía ver, a pesar del polvo, algo pintado en su tapa. Se acercó un poco más entrando por la puerta de la tienda y con un dedo quitó parte de aquel polvo y pudo ver que la pintura representaba una granja y a unos niños que jugaban con un columpio que colgaba de un árbol. La caja le encantó y le pareció que era una de esas cosas que en las familias van pasando de generación en generación y de las que uno normalmente no quiere desprenderse. En ese momento su madre salió de la panadería y le dijo: “Shamir, date prisa que se me está haciendo tarde” y se fue corriendo con ella, aunque no dejaba de pensar en aquella caja y en lo que le hubiera gustado abrirla para ver si escondía algo en su interior. Estaba deseando volver con su madre cerca del desván y ver si seguía allí la caja y podía decirle a Ana que le gustaría mirarla con más detenimiento. Seguro que no le importaría. El sábado estuvo toda la mañana pendiente de su madre y por fin la oyó decirle a su hermana Shantal, que iba a salir un momento a por el pan. Sin pensarlo dos veces, le dijo que él la acompañaría. Cuando llegaron cerca de la panadería, se acercó al escaparate del desván y buscó rápidamente la caja con la vista y al no verla el corazón le dio un vuelco. Ana, que ya le había visto con cara de estar buscando algo, salió de la tienda y le dijo: “Hola Shamir ¿buscabas algo?. Le contó que estaba buscando una caja que había visto hacia unos días, que llevaba pintada en la tapa una casa de campo y unos niños jugando. De repente, a Ana se le cambió la cara, Shamir se dio cuenta de que al oír hablar de aquella caja, se había quedado absorta en sus pensamientos, como si ya no estuviera con él. Ana era una señora de unos sesenta y tantos años bajita y con cara amable, muy simpática, con todo el mundo, pero sobretodo con los niños y que conocía a toda la gente del barrio, pero de la que en realidad no se sabía nada. Al no vivir por allí cerca, nadie sabía donde tenía su casa ni tampoco si vivía sola o tenía familia. La verdad es que Shamir no recordaba haberla visto nunca acompañada de ningún familiar. Como había pasado un buen rato y no parecía darse cuenta de que Shamir seguía allí. Este carraspeó un poco y Ana en seguida le dijo: “ay! perdona, ya se qué caja estas buscando. Puedes mirarla tranquilamente. La he quitado del escaparate para limpiarla y está dentro de la tienda encima del aparador”. La caja, vista de cerca, parecía mucho más bonita. Al abrirla, se sorprendió al ver que se trataba de una cajita de música. Su melodía era deliciosa, aunque no era de las que suelen llevar ese tipo de cajas. Por el rabillo del ojo, pudo ver como se deslizaban dos lagrimas por las mejillas de Ana. ¿Qué misterio guardaría aquella caja? No se atrevió a preguntarle nada, pero pensó que iba a investigar un poco para intentar averiguar por qué estaba tan triste. Mientras andaba con su madre de camino a casa, iba dándole vueltas a la idea de encontrar a alguien que pudiera contarle algo sobre la vida de Ana. A la puerta de su casa le estaba esperando Álvaro, su amigo, para ir a dar una vuelta en la bici, antes de comer. Shamir le contó a Álvaro el asunto de Ana. A este le pareció muy interesante y le propuso que por la tarde, como era sábado, podían acercarse con la bici hasta el desván de Ana, antes de que cerrara y seguirle sin que se diera cuenta, para ver a donde iba. A Shamir, la idea le pareció estupenda. Al salir de la tienda, Ana se dirigió a la plaza del mercado, desde donde salían autobuses para distintas partes de la ciudad. Se quedó en la parada del 12. Este autobús venía desde el centro e iba hasta el barrio de La Acequia, que había sido un antiguo pueblo, que posteriormente fue absorbido por la ciudad. Aún se podían ver allí pequeñas casitas con sus huertos y sus gallineros. A muy poca distancia del centro, uno se podía encontrar como si estuviera a muchos kilómetros de la ciudad. El barrio de La Acequia estaba bastante cerca. En el autobús eran nada más, cinco paradas. Álvaro y Shamir pensaron que podrían seguir al autobús con facilidad y así lo hicieron. Al final del trayecto Ana se bajó del autobús y anduvo unos cinco minutos hasta llegar a una valla, tras la cual había una casa, no muy grande, pero muy bonita. Lo único, era que se veía bastante vieja y abandonada. El jardín de entrada estaba lleno de ramas altas y hierbajos. Bueno, le dijo Shamir a Álvaro, ya sabemos donde vive Ana y tiene todo el aspecto de vivir sola. Por lo descuidada que estaba la casa, se veía que no tenía quien le ayudara. Como ya se estaba haciendo tarde, decidieron marcharse y volver otro día para ver si podían hablar con algún vecino. Tuvieron que esperar una semana para continuar con sus pesquisas. Al siguiente sábado por la mañana, mientras Ana estaba en su tienda, fueron hasta el barrio de La Acequia en sus bicicletas. La casa de Ana parecía realmente una casa abandonada. Contrariamente, la casa de enfrente estaba muy cuidada con unos balcones llenos de plantas y en vez de huerto se podía adivinar por detrás de la verja, una estupenda piscina. Álvaro y Shamir tocaron al timbre y les abrió la puerta una señora joven con un bebé en brazos, les dijo que lo sentía, pero que ella llevaba viviendo allí solo un año y pensaba que la casa de enfrente estaba abandonada. Tocaron, también, al timbre en la casa de al lado, pero nadie les abrió. Cuando estaban empezando a desesperarse vieron venir por la acera a una señora que parecía mayor que Ana. Si llevaba tiempo viviendo allí, quizá pudiera ayudarles. Aquella señora efectivamente conocía bien a Ana y les contó que, como ellos habían pensado, vivía sola. También les contó que el padre de Ana, ,había sido un compositor muy famoso en su época y que antes la casa estaba preciosa y muy arreglada, pero que, ahora, a Ana la tienda le daba para vivir, pero no para arreglar todo lo que necesitaba la casa para estar en buenas condiciones. Aquella señora, además, les dijo que ella creía, que durante el invierno, Ana se quedaba por las noches en la tienda, porque en la casa no había ni calefacción, ni agua caliente. Shamir y Álvaro se fueron a su casa cabizbajos y muy tristes pensando cómo era posible que una persona como Ana estuviera tan sola y además con una casa tan poco confortable. A Shamir se le ocurrió una idea. ¿Por qué no hablaban con todos sus amigos del barrio para que convencieran a sus padres para ayudar a Ana ? Shamir se acordó de que el padre de su amigo Alberto era fontanero y era posible que él conociera a otras personas que pudieran ayudarle a arreglar la casa de Ana. Además se les ocurrió que podían ir por las casas del barrio con una hucha que pusiera “para ayudar a Ana.” Como la gente del barrio, conocía y quería a Ana desde siempre, casi todos, se dejaron llevar del espíritu navideño y la mayoría aportó algo. El que pudo puso dinero y el que no su trabajo. Cuando Shamir y Álvaro fueron al desván de Ana a contarle que todo el mundo en el barrio estaba dispuesto a colaborar para que ella pudiera vivir con un poco más de comodidad en su casa, no pudo contener la emoción. Aunque al principio se le veía un poco molesta, porque aquellos niños se habían entrometido en su discreta vida, pero luego comprendió toda la generosidad que le ofrecía aquella gente y no supo como agradecérselo. Cuando llegó la Navidad la casa estaba arreglada. Se veía bien pintada, el jardín de entrada muy ordenado y limpio y aunque era invierno y las plantas no estaban en su mejor momento, prometía estar precioso la próxima primavera. Lo mejor de todo era disfrutar de la estupenda calefacción y también, seguro, de un buen baño de agua caliente. El día de Navidad, Ana en agradecimiento a todos sus amigos del barrio de Shamir, les invitó a tomar un té o un vino dulce con pastas, que ella misma había hecho. La casa estaba decorada con un gusto exquisito, con unas guirnaldas hechas con papel de colores, muy originales, y también con adornos navideños antiguos que ella conservaba de otros tiempos. Cuando llegó Shamir con sus padres y sus hermanos, Ana le llevó a Shamir a un cuartito de estar, en el que estaban los dos solos. Le dio un paquete y le dijo que no era de gran valor pero si muy importante para ella. Shamir lo abrió y cual fue su sorpresa al ver que dentro estaba la caja de música. Ana le contó que su padre había compuesto la música para ella y que después había mandado a un artesano hacer aquella caja, que llevaba pintada su propia casa en la tapa. Como ella no tenía hijos y estaba muy orgullosa de como se había comportado Shamir, quería que él la conservara para siempre. Shamir se había quedado mudo de la emoción y corrió a enseñarles a sus padres el regalo. Los padres agradecieron mucho a Ana el detalle tan bonito que había tenido con Shamir y le dijeron que ya sabia donde tenía su familia. Poco a poco, nos alejamos de aquella casa, donde esta Navidad todo eran sonrisas y felicidad, gracias a la generosidad de Shamir y de toda la gente de su barrio.

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